Telepacífico Noticias viajó hasta el norte del departamento del Cauca para conocer un proyecto de víctimas del conflicto que le apuesta a la construcción de paz.
Hace ya más de 16 años que Gerardo dejó el colegio, justo cuando cursaba noveno de bachillerato, ahora es padre de un pequeño de 11 años. Hoy es quien nos abre la puerta de una pequeña construcción de 5 X15 metros cuadrados en las que se procesa café. Introduce la llave y empuja el pedazo de metal y de inmediato el aroma al grano tostado emerge del interior.
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Se desplaza ágilmente por el lugar y enseña cada una de las máquinas, todo está debidamente señalizado, el área de proceso, de empaque y almacenaje; paquetes de 125, 250 y 500 gramos. Carlos toma uno de ellos y lo enseña orgulloso como si fuera su hijo, como si lo hubiera parido con dolor, y quizá así fue.
Estamos en una región clasificada por las autoridades como “zona roja”. En Colombia se denomina así a las partes del territorio nacional donde se desarrollan las hostilidades por parte de los actores armados, en otras palabras, es una ‘zona de guerra’.
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La llegada
Para llegar aquí es toda una aventura; desde Cali se debe tomar la vía hacia Jamundí, cruzar la ciudad y continuar al sur, pasando por pueblos como Robles y Timba, luego de una hora y media de camino en vehículo, se llega a la cabecera municipal de Suárez Cauca, tierra de negros, de oro y de pobreza también; un pueblo inmensamente rico, pero fuertemente afectado por la violencia. Incursiones guerrilleras, masacres y asesinatos de líderes sociales han puesto el nombre de este territorio en los principales titulares de prensa del país.
Desde allí se aborda una chiva o bus escalera hasta La Meseta, un caserío a más de 1.750 metros sobre el nivel del mar, sobre toda la cordillera occidental entre el Río Marilopez y el Río Cauca. En ese lugar desde el año 2002 se constituyó la Asociación Micro industrial de Productores y Procesadores Agrícolas de la Meseta (ASOMIPRAM). Para el año 2018 con apoyo de algunas entidades, sacaron su propia marca de café, Salvajina Café.
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La asociación
“La asociación surge en la medida que 43 familias víctimas de la violencia, por hechos como desplazamiento y otros, buscamos una alternativa de paz desde lo que sabemos hacer, trabajar la tierra, nos asociamos un buen grupo y se creó ASOMIPRAM” dice Carlos mientras sostiene la bolsa de café.
Gerardo es de esos jóvenes campesinos, que hablan con orgullo y dignidad de su labor, esta tarde ha traído puesta la camiseta de la marca, es jefe de producción de la planta, no tiene un cartón que lo acredite como profesional, pero tiene todos los conocimientos necesarios para ser un caficultor experimentado.
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Desde muy niño la violencia tocó su vida, los enfrentamientos constantes entre la fuerza pública y los grupos ilegales, lo obligaron a buscar oportunidades en otro pueblo cercano donde adelantó algunos estudios, sin embargo, luego regresó.
“Cosas de la vida, uno sale, busca unas mejores condiciones lejos de tanta violencia, pero muchas veces las cosas no se dan como uno quiere”. Sus ojos se humedecen, es como si los fantasmas del pasado llegaran de nuevo a atormentarlo, toma un soplo de aire como si de esta manera adquiriera la fuerza para continuar, como si este elemento cargado de notas y partículas de café, fuera ese elixir de vida que lo reconforta.
“Uno trabaja por los hijos, por darles una esperanza y un mejor futuro y que no tengan que vivir, lo mismo o que la guerra los toque”
El silencio de los fusiles
Han pasado 6 años desde la firma del Acuerdo de Paz en el Teatro Colón entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos en 2016. En la Meseta muchas cosas han cambiado y se vivió una tensa calma los dos primeros años, sin embargo, esta quietud parece alterarse.
Eso le preocupa a los habitantes de esta tierra, pero bajan la voz y prefieren no hablar de los últimos acontecimientos que rodean a su comunidad.
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Al preguntarle a Gerardo sobre su aporte a la construcción de paz, asiente la cabeza y dice:
“Somos un país hermoso de gente trabajadora, echada para adelante. Miremos lo bueno que tiene nuestro campo y no lo malo que unos pocos tratan de hacer. Creo que la paz se intenta firmar con una taza de café y desde allí empezamos a hacer paz con un ‘tinto’
Este joven es ahora además de padre de familia, jefe de producción de la planta de Salvajina Café, una marca premium que se abre campo en el mercado con su propuesta de valor de resiliencia. Al preguntarle sobre su futuro dice que se ve en este lugar “haciendo lo que le gusta hacer”.
“En cinco años me veo, más maduro, espero que la empresa haya crecido y sigamos produciendo con calidad y buen servicio”
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Las semillas de esperanza
Yaneth, es de esas mujeres campesinas apasionadas, mientras sostiene en una mano, algunas balas sin disparar y unas vainillas que ha recogido de los combates que ha habido cerca a su casa, y en la otra un puñado de frutos del café, habla de la guerra, el perdón y la paz
“Esta mano simboliza esperanza con semillas de color verdes y rojas y el otro es de un color cobre, simboliza el daño que produce la guerra en nuestro país”
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Esta mujer al igual que Gerardo hace parte de esas 9’379.858 víctimas que ha dejado el conflicto armado en Colombia y de las 19.188 que se han registrado solo en el municipio de Suárez, una cifra preocupante si se tiene en cuenta que la población total según el más reciente censo del DANE es de 31.904, es decir el 60% de la población ha sido víctima de desplazamiento forzoso, esto sin contar otros hechos victimizantes.
La unión con aroma a café
Yaneth se vinculó a la asociación hace unos años y ha encontrado en ella la oportunidad de seguir educando a sus hijos y seguir creciendo como pequeña productora de café, las 4.000 plantas que tiene sembradas cerca a su casa, ayudan al sustento de su hogar.
“Dicen que la unión hace la fuerza por eso nos unimos como comunidad y le estamos trabajando a este sueño que es de todos, ha habido muchas dificultades, pero hemos sabido superarlas”
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Intentamos preguntarle sobre el orden público en la región, ella baja la voz, al igual que todos, asiente la cabeza mira a su alrededor y dice “prefiero no hablar de eso”
Y es que claro, el silencio de los fúsiles no duró mucho, recientemente se han reactivado los enfrentamientos, por eso carga en sus manos las evidencias de lo que se está viviendo en el Cauca, de la misma manera en la otra sujeta lo que para ella es la esperanza.
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La fuerza de la vida
En una posición bastante incomoda Eduardo arranca con sus manos pequeñas plantas que han crecido en medio de su pequeña plantación de yuca y café, deja atrás un rastro de tierra mezclada con maleza que el sol marchita poco a poco. Al fondo colgado en la rama de un árbol un viejo radio de ‘pilas’ acompaña su labor. Escucha noticias, poco lentadoras de lo que se vive en el departamento.
La Meseta cuenta según el comité de cafeteros departamental con un área de 250 hectáreas en café, conformadas por más de 270 pequeños caficultores, Ángel es uno de ellos, hoy en medio de sus labores nos atiende para hablar de paz, café y trabajo.
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Mientras continúa arrancando la hierba que ha crecido, habla de los retos que enfrentan como campesinos y como asociación
“Los insumos caros, las vías de comunicación, la falta de apoyo, son las principales dificultades, uno no tiene como sacar el producto, falta apoyo, pero ahí vamos. Además, pues siempre hay una lucha social entre la caficultura y otras alternativas”
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El mensaje de paz
Eduardo es un campesino de 59 años, su piel está un poco arrugada y maltratada, toda su vida ha habitado en esta región. Aunque en el 2011 salió como víctima de desplazamiento forzado a la ciudad de Cali, junto a sus hijos pudo más su convicción campesina que sus miedos y regresó, pero lo hizo solo. Desde entonces ha sembrado café y otros productos de pan coger y se vinculó a la asociación.
“Hay que luchar por la paz, si hay paz ganamos todos. Las guerras no nos llevan a ningún punto bueno, debemos vivir en armonía, es muy importante. Los campesinos deben estar acá en el campo no en las ciudades desempleados. Es muy importante que no abandonemos el campo y que los gobiernos sin importar línea que sea, nos apoyen”
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Un inmenso cielo azul nos despide, contrasta con el agua turbia del embalse La Salvajina, que parece agonizar lentamente. Al bajar el nivel del agua aparecen los antiguos habitantes, o lo que queda de ellos, chamizas y troncos muertos cubiertos de lodo.
Lo que anteriormente fueron bosques llenos de vida y que la represa inundó en la década de los ochenta hoy lucen secos, como esa paz que irrigó de tranquilidad estos territorios pero que hoy la violencia quiere truncar. A pesar de esto, hombres y mujeres como Gerardo, Yaneth y Eduardo resisten a ella con semillas de café.
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